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La vida misma

Aeroparque, un par de lunes atrás, 7 AM.

Luego de algunos meses en Buenos Aires, estoy a 50 minutos y a unos 150 metros del avión que me facilitará el más rápido retorno existente, al único e inigualable sillón de casa.
Por el momento, deberé conformarme con el ordinario, absolutamente imitable e industrialmente repetible, silloncito de plástico que los expertos en tortura han diseñado y distribuido en la gran mayoría de los aeropuertos, terminales y cualquier otro sitio en el cual a los seres humanos “en tránsito”, se nos conmine al ejercicio de la paciente espera.
Despachado el equipaje, sólo resta hojear el diario, y esperar el llamado a embarcar.
Eso podría suceder, si acaso logro distinguirlo auditivamente por entre los AULLIDOS BERRINCHOSOS de la rulosa criatura que de tal modo EXIGE, la prontísima aparición CON VIDA de su señora madre.

La señora en cuestión, es quien se encuentra a mi derecha en estos momentos y a unos metros, absolutamente cautiva de su lectura, cual científica especialista en física cuántica, aunque atrapada y escondida detrás de una revista espantosa.
Sí, me refiero a ésa revista.
Evidentemente, “la camperita de Niní o Memé ” o no sé cuál siniestro producto para boluditas en potencia, ha quedado en la valija que mamá -boluda en potencia y de facto- ha despachado muy alegremente, y sin atender en lo más mínimo al más que posible reclamo del proyecto con rulitos.

Proyecto con rulitos
-mami mami mami mami mami mami mami mami MAAAMI MAMI MAAAAAAMÁ!!!!!!!!!!!!!
Boluda de facto
-…
Proyecto con rulitos
-QUIERO LA CAMPERIIITTAAA MAMÁ, MAMI, QUIERO LA CAMPERITA!!!
Boluda de facto
-…
Proyecto con rulitos
-MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!! –golpea la silla con las dos manitas y con la piernita izquierdita le propina una patadita a su absorta lectora de pelotudeces y madre, en definitiva.
Boluda de facto
-…(aunque la mira con cara de ¿qué es lo que te acontece querida hija? asomándose por encima de la foto del hijo de un actor, con unos enormes anteojos de sol, encastrados al parecer eternamente en su cabeza a modo de vincha)

Inmediatamente, vuelve a su párrafo y retoma la lectura como quien ha fulminado una molestia en un instante y con sólo una miradita.
Lógicamente, la niña retomó su actitud –absoluta y totalmente recargada- pero en ésta ocasión ha decidido, tal vez sin pretenderlo, intentar reclutarme como cómplice de su pataleo.
Digo tal vez, ya que no estoy segura en cuanto a si ha sido un accidente o si directamente su manita ansiosa, nerviosa y caprichosa fue dirigida prolija y meticulosamente, con el objeto de desparramar mi vasito de café, sobre mi mano y mi bolsito.
La verdad es que me quemé, o sea el café estaba recalentito como corresponde, y cuando uno se quema generalmente putea y como corresponde, aunque sólo dije: AYY CARAJO!! CUIDADO NENAA!!!
Nada más.

Boluda de facto
-AYYYY PALUUU QUÉ PASÓOOOO!!!! Estás bien Paloma? Te quemaste? Te duele? Te pica, te arde?

A ver.
Difícilmente le hubiera podido caer una sola gota del café a la criatura, ya que sus espasmódicos movimientos la habían alejado rápidamente del resultado de su manotazo.
Efectivamente la única damnificada había sido yo, pero nadie me preguntaba cosas tales como:
Estás bien? Te quemaste? Te duele? Te pica, te arde?

Boluda de facto
-Palu, vení! Mirá, acá está Niní, la ves?
Proyecto con rulitos
-dónde, DÓNDE, dÓndE!!!

Acá! -pensaba yo…Acá! me quemé…Acá! entre el pulgar y el índice…Ahí me pica! y me arde.
Y el bolsito se manchó, y seguro que también le pica y le arde.

Dos silloncitos de plástico nos separaban, creo que apenas 2 metros había entre ellas y yo.
Pero no registraban lo acontecido, como así tampoco mi mera existencia.

Giré la mirada y la sostuve en dirección a ellas, quienes desde una solidaridad genéticamente blindada, habían resuelto ignorarme.
Sin embargo, no logré emitir una palabra más. Me quedé atónita. Muda.

Permanecí un rato observándolas.
Las pude ver esconderse, negar mentalmente, para luego olvidar definitivamente lo sucedido.
Las escuché olvidarse del prójimo, en este caso de mí, también de mi café derramado, de mi bolsito manchado y de cualquier atisbo de solidaridad o consideración.
Las olvidé también yo, desde el avión y hasta hace un rato, seguramente.

Pero lo que no logré hasta el momento, es entender la razón por la cual les resultaba absolutamente inadmisible el sencillo acto de pedir disculpas.

Nos estamos leyendo.

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